Lee gratis el relato lésbico Clexa escrito por Anna Pólux, ¡disfrútalo!
Publicado también en Wattpad y elegido como historia destacada del mes de diciembre de 2020 en Wattpad FanFiction España.
24 de diciembre
Clarke esperaba pacientemente a que aquel maldito semáforo decidiera que era hora de dejarle seguir el camino hacia su casa. Tamborileó con los dedos en el volante tratando de no pensar qué tipo de desastre habrían provocado sus tres chicas durante aquel día. Cuando se había marchado por la mañana todo estaba en orden, pero las cosas pueden cambiar mucho en ocho horas y más aún si Lexa Woods se quedaba a cargo de todo.
Que Lexa pudiera trabajar desde casa hacía las cosas mucho más fáciles, sobre todo desde que nacieron Emily y Sadie hacía cinco y tres años respectivamente. La flexibilidad del trabajo de su mujer era especialmente útil en momentos como aquel, las vacaciones de Navidad. Emily y Sadie 24 horas en casa, pobre Lexa. Ella las quería con toda el alma, pero de vez en cuando agradecía un descanso en forma de jornada laboral.
Sonrió al pensar en lo poquísimo que quedaba para el día de Navidad, horas. Gracias a Dios tenía todos los regalos comprados desde hacía semanas, era muy previsora. Se preguntó si Lexa tendría el suyo escondido en algún lugar de la casa, tal vez ni siquiera lo había comprado aún, así era ella «¿Por qué hacer hoy lo que puedes hacer a última hora, Clarke?».
Al menos había accedido a comprar los regalos de las niñas con antelación y ya estaban envueltos y perfectamente ocultos en el desván de la casa. Ni en un millón de años se atreverían a subir allí solas, así que era imposible que los descubrieran antes de que «Papá Noel» los dejara junto al árbol la noche de Navidad. Aquella noche. Sonrió al pensar en qué caras pondrían sus hijas al abrir aquellos regalos, eran exactamente lo que habían pedido en sus cartas con destino «el Polo Norte».
Lexa nunca había celebrado la Navidad antes de conocerle a ella, nunca. Nada de regalos bajo el árbol decorado con motivos navideños, en la casa de los Woods ni siquiera se ponía el árbol. Doce años después de su primera Navidad juntas la morena era toda una experta en decoraciones y villancicos y en los últimos seis, desde que se habían trasladado a Ohio, había conseguido perfeccionar el arte de los muñecos de nieve.
No podía esperar a la mañana de Navidad, las caras de Emily y de Sadie al abrir sus regalos no tenían precio, tampoco la de Lexa mientras les grababa con la cámara de video. Era uno de sus momentos favoritos de todo el año. Lexa, las niñas y ella.
Después de abrir los regalos desayunaban juntas y la morena siempre conseguía que sus dos hijas rieran hasta que les dolía la tripa, luego se abrigaban bien y salían a jugar con la nieve, su casa estaba a las afueras de la pequeña ciudad y había pendientes que podían ser utilizadas como pistas para descensos en trineo.
Y cada año cuando veía a Lexa reír mientras esquivaba bolas de nieve o las caras de felicidad total de sus hijas mientras la morena arrastraba el trineo con ellas encima, cada año pensaba lo mismo, pensaba «Me encanta mi vida». Y era verdad, le encantaba la vida que Lexa y ella habían ido diseñando poco a poco. Le encantaba durante los 365 días del año.
* * *
— ¡Mamá, son casi las cinco! ¡Son casi las cinco! — exclamó Emily al fijarse en el reloj con forma de estrella de mar que colgaba de una de las paredes de la cocina—. ¡Mami va a llegar ya! —les recordó a su madre y a su hermana pequeña.
—Ya lo he terminado—informó Sadie dejando sobre la mesa el pincel que utilizaba para decorar el regalo que Lexa les estaba ayudando a hacer para Clarke.
La morena había sugerido que aquel año sería bonito hacerle un regalo aparte de los que trajera Papa Noel. Se habían pasado las dos últimas semanas pensando en qué podría ser y al final a Emily se le había ocurrido la idea perfecta, le harían un marco de arcilla y se sacarían una foto las tres porque su mami siempre decía que echaba de menos a sus tres chicas mientras estaba en el trabajo, así podría verlas durante todo el día.
Sadie observó su creación por unos segundos, les había quedado muy bonito, con un sol en una esquina, una luna en otra y luego un erizo y un conejito en las que sobraban. Los conejitos eran sus animales favoritos y los erizos lo eran de Emily. Si, Emily era un poco rara. Los erizos pinchaban.
—¿Es eso un coche? —les preguntó Lexa cesando todo movimiento al creer distinguir un ruido y las tres se quedaron en completo silencio. Si, era un coche, más concretamente el coche de Clarke llegando frente a la casa—. ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Ayudarme a recoger esto! — exclamó la morena comenzando a tapar los botes de pinturas de dedos que habían utilizado para pintar la mitad del marco.
Emily se apresuró en ayudarle mientras Sadie se reía divertida ante la prisa que se había apoderado de todo el mundo de repente. Lexa la miró sonriendo al verla.
—¿Te hace gracia? —le preguntó tomándola en brazos y dándole un sonoro beso en la mejilla antes de depositarla en el suelo y agacharse frente a ella—. En vez de reírte tanto vete a la puerta y entretén a tu madre todo lo que puedas…pon pucheros, cuélgate de su pierna y no la dejes entrar aquí hasta que lo hayamos recogido todo. ¿Entendido?
—Entendido —sonrió la pequeña enseñándole los dos pulgares como garantía. Lexa sonrió revolviendo su pelo moreno.
La puerta de entrada a la casa se abrió y se cerró.
—Hola— escucharon la voz de Clarke y Lexa empujó ligeramente a la pequeña Sadie para que comenzara su parte del espectáculo cuanto antes. La niña salió de la cocina a toda velocidad mientras Emily y Lexa continuaban recogiéndolo todo lo más rápido posible.
Una sonrisa enorme iluminó el rostro de Clarke al ver aparecer a la menor de sus hijas por la puerta de la cocina. No podía evitarlo, ocurría cada vez.
—¡Mami! —exclamó la pequeña estrellándose a toda velocidad contra la pierna de la rubia, haciéndole reír por su entusiasmo.
—¡Hola, canija! —le saludó tomándola en brazos y admirando sus grandes ojos azules que brillaban de un modo especial aquella tarde. Señal de que ocultaba un secreto—. ¿Qué estabas haciendo ahí dentro? — trató de sonsacarle y una sonrisita apareció en su pequeño rostro.
—Nada— mintió descaradamente y los ojillos le brillaron un poco más.
—Nada, ¿eh? —inquirió Clarke y la pequeña negó solemnemente con la cabeza. La rubia le besó la nariz con cariño, cada vez que la miraba veía una mezcla perfecta entre Lexa y ella, aunque los genes Woods no estuvieran presentes en Sadie la niña había nacido con una cabellera morena, igual que su hermana que si era cien por cien Woods, casi una copia exacta de su madre—. ¿Dónde están tu hermana y tu madre?
Siguió curioseando y la pequeña se limitó a encogerse de hombros mientras jugueteaba con un mechón de pelo rubio entre sus dedos.
—Me parece que estás guardando un secreto muy grande…—dejó caer y Sadie soltó una risita.
—¿Yo? —preguntó señalándose a sí misma.
—Si, tú —sonrió la rubia.
—Mmmm…la tía Carla tiene cuernos mami—soltó lo primero que se le vino a la mente, debía alejar el tema «secretos» como fuera—. Le he oído a mamá hablando por teléfono con ella…dice que el tío James se los ha puesto. ¡Yo también quiero que me pongas unos! —suplicó juntando sus pequeñas manitas bajo su barbilla.
Clarke no supo qué contestar a eso y tomó nota mental de que debía recordarle a Lexa que había seres diminutos caminando por la casa y captando cada palabra que se pronunciaba dentro de sus paredes. No era la primera vez que sucedía algo así, el año anterior Emily se había pasado meses diciendo «Cojones» sin parar. La cara de Eleanor Griffin cuando su nieta mayor la saludó de aquella forma tan peculiar había sido todo un poema.
Segundos después Lexa y la hija mayor de ambas hacían acto de presencia en el salón con sendas caras inocentes. La rubia sonrió a Emily revolviéndole el pelo cuando esta se colgó de su pierna y después miró a Lexa con los ojos entornados. La morena frunció el ceño y dejó escapar media sonrisa. Uh…aquellas tres tenían un secreto, seguro.
— ¿Qué? — inquirió Lexa.
—No sé qué es lo que estáis tramando… —admitió la rubia y ellas entonaron un «Nada» casi a coro—. Ya…
Clarke sonrió antes de dejar a Sadie en el suelo y las dos hermanas corretearon hacia el piso superior. Siempre pasaba lo mismo cuando su madre llegaba a casa y lo odiaban.
La hora del baño.
Debían esconderse mejor esta vez.
Clarke las vio desaparecer escaleras arriba y centró toda la atención en Lexa que seguía de pie frente a ella con cara de no haber roto un plato en su vida.
—Entonces quieres decirme que no tramáis nada—quiso aclarar la rubia acercándose a ella para rodear su cuello con los brazos.
—Exactamente eso quiero decirte.
Clarke sonrió acariciándole la mejilla con un dedo y enseñándoselo luego manchado de pintura amarilla. Alzó las cejas en espera de una explicación cuando Lexa la miró sonriendo.
Pilladas.
—Mmmm…a veces sudo raro —optó por decir—. Ni siquiera me has dado un beso. Estamos perdiendo las buenas costumbres en esta casa.
La rubia decidió dejarlo pasar, ya descubriría cual era la sorpresa que aquellas tres le estaban preparando la mañana de Navidad. Seguro.
Saludó a Lexa con un beso de los que se daban ellas cuando las niñas no estaban presentes, esos le gustaban mucho más, si sus hijas miraban sus muestras de afecto debían ser «para todos los públicos».
* * *
—¡Emily! ¡Sadie! —exclamó Clarke cansada de correr tras ellas por la casa tratando de que cedieran de una vez. Cada noche pasaba lo mismo a la hora del baño—. ¡Lexa! ¿Puedes ayudarme, por favor? —le pidió a su mujer que hacía un rato había desaparecido en la habitación que utilizaba como estudio para tratar de finalizar una canción.
La morena se asomó al pasillo con un lápiz apoyado en su oreja y justo le dio tiempo a interceptar a las dos balas que huían de Clarke pasillo adelante. Las frenó a ambas atrapando a cada una con un brazo y rio cuando las escuchó protestar vehemente asegurando que estaban completamente limpias y que no necesitaban más baños.
—Sabéis que Papa Noel no hace regalos a las niñas que se portan mal —les avisó la morena mientras las entregaba a Clarke que las tomó a cada una por un brazo.
—Mentira, yo siempre me porto mal y me trae regalos igual —rebatió Emily mientras la rubia se las llevaba a ambas hacia el baño.
—¿Clarke, quieres que te ayude? —se ofreció Lexa y cuando su chica le aseguró que todo estaba controlado regresó al interior de su estudio. Casi había terminado.
La morena se asomó al baño poco después y sonrió al ver a Emily de pie, con las gafas de la piscina y el tubo de bucear puestos y tratando de mantener el equilibrio mientras Clarke le frotaba con la esponja un pie tras otro. Mientras tanto Sadie, sentada al otro lado de la bañera, se distraía jugando con un par de muñecos haciendo ruidos muy muy raros. Lexa no sabía con exactitud cuál era el sonido que emitían los conejitos pero seguro que no aquel.
—¿Papá Noel me traerá la bici con ruedecitas? —preguntó de pronto Sadie olvidando la conversación tan interesante que estaban manteniendo sus dos muñecos.
—Claro que no. Tiene que traerme la mía sin ruedecitas. No puede con las dos. ¡Es viejo! —dejó claro Emily.
—¡Pero tiene a gente que le ayuda! —rebatió la pequeña. De repente la posibilidad de no encontrar la bici bajo el árbol a la mañana siguiente la tenía muy preocupada.
Clarke liberó la pierna de Emily y la pequeña se sentó de nuevo en la bañera de golpe, salpicando ligeramente a la rubia. Clarke centró su atención en Sadie entonces mojándole la cara, la menor de sus hijas cerró con mucha fuerza los ojos mientras soplaba para impedir que se colara agua con jabón en la boca.
—Seguro que, si os habéis portado bien, Papa Noel os traerá lo que queréis a las dos —les calmó la rubia.
—¿Y si nos hemos portado medio bien? —quiso saber Emily.
Madre mía, seguro que iba a ser ella la que se quedaba sin bici.
—Entonces a lo mejor te trae media bicicleta —aventuró Lexa acercándose a ellas.
Emily miró a Clarke, angustiada y en espera de una confirmación. ¿Media bicicleta? ¿Para qué quería ella media bicicleta? La rubia sonrió dedicándole una mirada de «eres cruel» a Lexa. Su chica se sentó a su lado en el suelo y besó su mejilla.
—No pasa nada Emily, yo te dejaré la mía —se ofreció la pequeña Sadie al ver la cara que se le había quedado a su hermana.
Y es que aquella niña no tenía un huesito de maldad en todo su cuerpo. Era toda Clarke.
—La tuya es de niñas pequeñas…—masculló la mayor sin apreciar el detalle.
Cien por cien, Woods.
—No pasa nada. Papa Noel no va a traerte media bicicleta, Emily —le calmó Clarke—. Seguro que si prometes que vas a ser buena este año te la trae entera.
—¿Solo prometerlo? —¡Madre mía, que fácil era engañar a aquel barrigón!—. ¡Lo prometo!
Lo dijo en voz suficientemente alta como para que aquel barbudo le escuchara donde quiera que estuviera.
—No solo prometerlo, Emily, tienes que querer portarte bien también —aclaró la rubia.
—¡Que yo quiero, pero no me sale! —se lamentó la pequeña, adoptando un gesto intensamente dramático tras aquellas gafas y aquel tubo de buceo.
Clarke miró a su mujer tratando de no sonreír y Lexa hizo lo mismo. La rubia siempre le decía que Emily era una copia exacta suya y a lo mejor tenía un poco de razón.
* * *
Habían cenado las cuatro juntas y en aquellos momentos cada una de ellas estaba en la habitación de una de sus hijas. Clarke arropó bien a Sadie y a Jodie, su conejito de peluche, y sonrió cuando la pequeña abrió la boca en un enorme bostezo.
—¿Sabes que he ganado a mamá esta mañana en la guerra de bolas de nieve? — informó a Clarke orgullosa de su triunfo.
—¿En serio? —fingió estar sorprendida la rubia.
—Sí. Le he dado con una bola en toda la cara —rio la pequeña—. Me ha perseguido, pero no me ha cogido.
—Guau…eres muy rápida —sonrió Clarke.
—Sí. Emily me ha ayudado y hemos tirado a mamá al suelo y le hemos metido nieve por todas partes.
Joder, pobre Lexa.
—Menudo día… —señaló la rubia.
—Sí —admitió la pequeña bostezando de nuevo —. Menudo día.
Repitió sus palabras y Clarke se rio al escucharla antes de besarle la mejilla.
—Ya sabes lo que tienes que hacer ahora, ¿verdad?
—Dormirme, que si no, no viene Papa Noel —respondió la diminuta morena.
—Dormir toda la noche de un tirón —añadió su madre y ella asintió con la cabeza, casi incapaz de mantener sus ojillos azules abiertos—. Muy bien. Buenas noches, cariño —le deseó acariciándole el pelo.
—Dile a mamá que venga —le pidió cuando la rubia se levantó de la cama.
—Viene ahora, ¿desde cuando mamá se va a la cama sin darte un beso de buenas noches?
—Desde nunca —admitió la pequeña. Pero esperaba que se diera prisa le pesaban mucho, mucho, mucho los ojos.
Lexa había arropado a Emily unas cinco veces, pero la pequeña continuaba destapándose. Siempre hacía lo mismo cuando estaba muerta de sueño y no quería dormirse, se movía continuamente para no sucumbir al cansancio.
—Si Papa Noel me trae mañana la bici, ¿vamos a ir a probarla? —le preguntó directamente a su madre.
—Sí, si te duermes ahora mañana probaremos la bici —se comprometió la morena arropándola de nuevo.
—¡No puedo dormir! No tengo sueño… —mintió, pero le delató un bostezo y Lexa alzó las cejas divertida al verle —¿Cómo cabe Papa Noel por la chimenea? Está muy gordo —señaló la pequeña quedándose por fin quieta bajo las sábanas—. ¿Puedo entrar yo también por la chimenea alguna vez?
—No, no puedes —negó Lexa. Debía dejar ese punto claro, Emily era capaz de probar cualquier cosa.
—¿Y si un día se me olvidan las llaves dentro? —le retó la pequeña.
—Tú no llevas llaves…eres una renacuaja —contestó su madre—. Además, a las casas se entra por la puerta.
—Pues cuando se las dejó mami bien que me colé por la gatera —recordó orgullosa. Lexa suspiró. Clarke y sus geniales ideas, luego le decía a ella.
—¿Sabes que cuanto antes te duermas antes llega mañana? —le informó la morena y sonrió al ver como su hija cerraba los ojos con fuerza—. Pero recuerda que tienes que dormir toda la noche de un tirón, ¿eh?
—Sí —aceptó la pequeña sin rechistar. A lo mejor si se portaba bien esa noche compensaba lo mal que se había portado el resto del año.
—Hasta mañana, mi amor —se despidió la morena con un beso en su frente.
—Hasta mañana. Dile a mami que venga —pidió antes de que Lexa abandonara la habitación.
25 de diciembre
Se habían entretenido un poquito más de la cuenta con «el acto del amor pre-navideño» y parte del mismo se había convertido en «el acto del amor navideño». Cuando Clarke se acomodó sobre su mujer y besó su hombro desnudo de forma suave escuchando cómo Lexa recuperaba la normalidad de los latidos de su corazón ya eran más de las doce y cuarto.
—Feliz Navidad, Lex —le dijo la rubia alzando un poco la cabeza para poder mirarla.
—Mmmm… —fue todo lo que pudo contestar la morena y Clarke rio suavemente colocándole de nuevo aquel gorro de Papa Noel que había caído cama abajo hacía mucho, mucho tiempo.
—Venga, tenemos que bajar los regalos del desván —le animó la rubia tratando de levantarse, Lexa se lo impidió abrazándole con fuerza y la convenció, sin necesidad de palabras, de que se quedaran allí un poquito más.
—Feliz Navidad, Clarke.
—Doce navidades juntas —indicó la rubia.
—¿Ya van doce? —fingió sorprenderse.
—Ya van doce —Su chica lo sabía de sobra, incluso podría decir el tiempo que llevaban juntas con años, meses, días y horas, pero le gustaba hacerla rabiar—. ¿Te acuerdas de cuando éramos solo tú y yo?
—Claro… sin lloros, sin peleas, sin nadie preguntándome qué es eso del «acto del amor» …
—Suena a queja —le informó y Lexa sonrió besando su pelo.
—Tómatelo como una observación. No cambiaría esto por nada del mundo —aseguró inspirando el olor del champú que utilizaba Clarke.
—Ya lo sé —admitió la rubia incorporándose un poco y le colocó bien el gorro—. Vamos, Mamá Noel, debemos bajar los regalos del desván —le animó escapando de sus brazos.
Se levantó de la cama y recuperó su pijama, que se encontraba desperdigado por las cercanías de la cama. Lexa hizo lo mismo y pocos minutos después la morena descorría el pestillo de la puerta de la habitación de ambas con mucho, mucho sigilo.
—Lex… ¿estarán dormidas? —susurró a sus espaldas.
—Claro, estaban agotadas. Les he cansado hoy: carreras, guerra de bolas de nieve, hemos hecho un muñeco…
—Buen trabajo, cariño —le felicitó la rubia besando su nuca.
Salieron de la habitación tratando de no hacer ni el más mínimo ruido. Si Emily se despertaba y escuchaba movimiento era más que probable que saliera a conocer a Papá Noel. Avanzaron por el pasillo y Lexa escuchó la risita de Clarke detrás. Todos los años pasaba lo mismo. Se volvió hacia ella.
—Clarke…silencio —lo ordenó, pero el gorro de Papa Noel que llevaba puesto no le otorgaba ni autoridad ni seriedad a sus palabras.
—Lo siento —se disculpó la rubia y Lexa tuvo que sonreír, porque Clarke siempre se reía cuando estaba emocionada o nerviosa, o nerviosa y emocionada a la vez, y a ella le encantaba.
La besó fugazmente y luego la tomó de la mano guiándola hasta las escaleras que llevaban al desván. Todo estaba oscuro y silencioso y Lexa accionó el interruptor que controlaba la bombilla que iluminaría su ascenso hasta la puerta.
—Va a ser difícil bajarlas sin hacer ruido, son regalos muy grandes —dijo Clarke.
—Querían bicicletas. ¿Crees que les gustaran las que hemos elegido?
—¿Quieres decir las que Papá Noel ha elegido? —inquirió la rubia.
Lexa sonrió alcanzando la puerta del desván. La parte más difícil de la misión era aquella. Los goznes chirriaban así que debía tener una dosis de cuidado extra. Clarke contuvo el aliento mientras su chica abría muy muy lentamente aquella puerta que emitió un leve chasquido y ligeras protestas a medida que Lexa la forzaba a cederles el paso. Una vez que estuvo abierta de par en par las dos chicas esperaron en silencio unos segundos, por si una de sus dos hijas se había percatado de lo que estaban haciendo. ¡Madre mía! ¿Quién iba a pensar que jugar a ser Papá Noel cada Navidad disparaba la adrenalina de ese modo?
—Vía libre —susurró Lexa traspasando el umbral y arrastró a Clarke tras ella—. Ufff… Tenemos que ordenar esto, mi amor —opinó al encontrarse con el mismo desastre que ambas habían dejado atrás tras depositar allí las bicis hacía unos días—. Seguro que hay arañas.
—Cállate, no hay arañas —le pegó en el brazo, pero sí, su chica tenía razón y deberían ordenar aquello algún día.
Sonrió al ver a Lexa acercarse a los regalos gigantes. Con su pijama y con el gorro de Papa Noel puesto la morena era lo más adorable que Clarke había visto en la vida.
—No te quedes ahí parada, Griffin, ayúdame con esto —le pidió Lexa al caer en la cuenta de que la rubia se limitaba a mirarle embobada.
Clarke reaccionó y ayudó a su chica con la primera bicicleta. Debían bajarla dos pisos con el máximo sigilo posible.
—El año que viene vamos a guardar los regalos en el garaje —le informó la morena cuando terminaban de bajar el último tramo de escaleras.
—En el garaje los verían, les da miedo el desván por eso lo elegimos ¿recuerdas? —le refrescó la memoria.
—Pues les diremos que hay monstruos en el garaje —resolvió.
—¡Lexa! — se rio bajito al oírla—. No vamos a asustar a nuestras propias hijas —dejó claro y solo escuchó un resoplido como respuesta.
Tras dejar la bicicleta de Emily bajo el árbol repitieron la operación con la de Sadie y una vez hecho aquel trabajo las dos se miraron en silencio.
—Eh…Clarke, ¿por qué no subes a la cama y yo compruebo que todo esta cerrado? —sugirió y sonrió cuando Clarke lo hizo también, porque su mujer sabía muy bien cuáles eran sus intenciones.
—¿Por qué no subes tú y yo compruebo que todo está cerrado? —consideró otra posibilidad y las dos volvieron a quedarse en silencio.
—Vale. Yo tengo que dejar tu regalo y tú tienes que dejar el mío —puso las cosas claras.
—¿Tenía que comprarte un regalo? —Clarke frunció el ceño, fingiendo sorpresa y Lexa le pegó en el brazo—. Vale, los dejamos a la vez y nos vamos a la cama ¿de acuerdo?
—De acuerdo —aceptó fácilmente y ambas se separaron dirigiéndose a sus escondites secretos para coger el regalo de la otra.
Minutos después volvieron a encontrarse bajo el árbol y Lexa sonrió al ver un paquete bastante grande con su nombre escrito en una etiqueta blanca. Era enorme. Se acercó a él con dos paquetes considerablemente más pequeños en sus manos.
—Guau… ¿qué es? —inquirió mirando su regalo fijamente.
—No lo sé. Lo ha dejado Papá Noel —la rubia se encogió de hombros y aplaudió cuando Lexa depositó sus dos paquetes junto al árbol —. Lex, ¿podemos abrir los nuestros ahora? —sugirió cuando la morena ya se dirigía hacia las escaleras. Se volvió riendo al escucharla.
—¡Claro que no! —le regañó—. ¿Qué pensarían tus hijas?
—¡No se enterarán! Los volvemos a envolver después —insistió dando pequeños saltitos impacientes.
—No. Vamos a la cama —le tendió la mano tratando de no sonreír ante lo adorable que le estaba pareciendo su mujer en aquellos momentos.
Al final Clarke terminó obedeciendo, la tomó de la mano y la siguió escaleras arriba, tras echar un rápido ultimo vistazo a sus regalos. Nada más colarse entre las sábanas se encontró atrapada entre los brazos de la morena.
—No sueñes con levantarte de madrugada a cotillear los regalos, Clarke —le susurró al oído y ella se revolvió al sentir un escalofrío.
Siempre le daban escalofríos cuando el cálido aliento de Lexa chocaba contra su oído. Le dieron ganas de besarla, a veces le daban ganas de besarla sin más, así que se volvió hacia ella y atrapó sus labios con los suyos en un beso suave que enseguida le fue correspondido. Sonrió cuando ambas se separaron y Lexa hacía lo mismo. Oh, Señor, no sabía que había hecho en otra vida para tener tanta suerte, pero debía haber sido algo muy bueno para que le recompensaran con la chica que tenía frente a ella en esos momentos. Era Navidad, sus dos preciosas hijas dormían apaciblemente en sus camas y ella estaba entre los brazos de la persona que le quitaba el aliento con solo mirarla.
—¿Sabes qué voy a pedir al Año Nuevo? —le preguntó la morena en voz baja. Ella se limitó a sonreír, porque Lexa siempre pedía lo mismo cada año—. ¿Lo sabes? —la morena sonrió también al verla.
—Un año más conmigo —respondió Clarke quitándole el gorro de Papa Noel y tirándolo cama abajo.
—Un año más contigo.
—Un año más conmigo es un año más contigo, salimos ganando las dos.
—Genial, entonces tú tienes que pedir algo que también valga para mí. Una tele de plasma gigante o algo así —le dio una idea.
—Veré lo que puedo hacer —se comprometió la chica acurrucándose contra ella, escondió la cara en su cuello y ahogó un bostezo—. Deberíamos dormirnos, Lex, mañana van a despertarnos nada más salir el sol, lo sabes.
—El año que viene podemos echarles algo en la leche… algún tipo de somnífero suave —bromeó y sonrió cuando sintió un ligero pellizco en su brazo.
* * *
Los ojos de Emily se abrieron como platos aquella mañana y se incorporó en la cama a la velocidad de la luz. ¡Regalos! ¡Regalos!
Saltó cama abajo y correteó descalza hasta las escaleras, las bajó de dos en dos hasta que el salón entró en su campo de visión. Abrió mucho mucho la boca al ver los regalos bajo el árbol. ¡Eran muy grandes! ¡Eran bicicletas seguro! Deshizo el camino y en cuestión de segundos estaba junto a la cama de su hermana moviéndola sin ningún cuidado.
—¡Sadie! ¡Sadie! ¡Ha venido Papá Noel! —le dijo tremendamente excitada.
—¿Ha venido? ¿Nos ha traído las bicicletas? —quiso saber la pequeña deshaciéndose de las mantas a base de patadas. Saltó de la cama y siguió a su hermana a toda velocidad hasta la habitación de sus madres.
Estaba prohibido abrir los regalos sin que ellas estuvieran presentes de modo que entraron sin llamar y Emily dijo «tú a por mamá» y las dos se dividieron trepando cada una por un lado de la cama. Emily por el de Clarke y Sadie se tiró sin contemplaciones sobre Lexa.
—Oh, no —musitó la morena liberando a su mujer de su abrazo y volviéndose hacia la pequeña criatura que le daba golpecitos en la cabeza.
—¡Oh, sí! —la contrarió Sadie riendo—. ¡Ha venido, mamá! ¡Ha venido Papá Noel! ¡Emily ha visto los regalos! —informó a todo pulmón.
A pesar del sueño, Lexa tuvo que sonreír ante la alegría desbordada de la pequeña.
—Deberíamos levantarnos entonces —opinó incorporándose en la cama y rio al ver cómo Clarke se estiraba perezosamente.
—Sadie y yo vamos a bajar ya —anunció Emily incapaz de esperar por más tiempo. La paciencia no era una de sus virtudes.
Y su hermana pequeña no necesitó nada más para seguirla fuera de la habitación. Lexa se apresuró a coger la cámara de video, tenía inmortalizadas todas las mañanas de Navidad desde hacía diez años y no pensaba perderse aquella. Empujó a Clarke fuera de la cama haciéndola protestar y salió disparada tras sus hijas. A la rubia no le quedó más remedio que imitarla, sabía que si no se daba prisa los regalos estarían más que abiertos para cuando llegara a la planta baja.
Lexa apareció en el salón con la cámara ya encendida y enfocó a sus niñas mientras intentaban controlarse frente a los regalos aún sin abrir. Esperó a que Clarke estuviera a su lado para decir «Hora de abrir los regalos» y, antes de que hubiera terminado de decir «regalos», ya se podía oír el sonido del papel rasgándose por todos lados.
Y la cara de las pequeñas no tenía precio en esos momentos, al descubrir sus bicicletas nuevas allí bajo el árbol. Lexa sabía que estaba sonriendo como una idiota mientras lo grababa todo y estaba segura de que Clarke hacía lo mismo a su lado, la mañana de Navidad era mágica de verdad desde que Emily había nacido y después se había convertido en doblemente mágica con la llegada de Sadie.
—¿Lo veis? —exclamó Emily triunfalmente subiéndose a su bicicleta—. Papá Noel trae regalos, aunque te portes mal…
Sadie hizo sonar el timbre de su regalo mientras reía alegremente porque era exactamente esa bicicleta la que quería. Papá Noel era muy listo. Sin poder esperar por más tiempo Clarke se abalanzó sobre sus regalos y Emily se bajó de la bicicleta muy deprisa para ayudarla y comenzó a rasgar el papel de los paquetes que Papá Noel había traído para su madre.
Lexa negó con la cabeza porque su mujer a veces se portaba como si tuviera la misma edad que sus hijas. Le gustó ver como la cara de la rubia se iluminó, de una forma parecida a la que lo habían hecho las de Emily y Sadie minutos antes. Sabía que iba a hacerle ilusión, su chica se había pasado meses lamentándose porque no encontraba aquellos libros de cine, y no había sido fácil, pero tras semanas de búsqueda los había localizado a base de llamadas y mensajes de Internet en una tienda de segunda mano de Londres. ¡De Londres! Aquellos libros habían cruzado medio mundo para acabar en manos de la rubia. Había merecido totalmente la pena solo por verle la cara en aquellos momentos.
Cuando Clarke la miró Lexa le sonrió con gesto cómplice, sabía que la rubia quería darle las gracias y un super abrazo, pero no podía… las niñas estaban presentes y por lo tanto había sido cosa de Papa Noel.
—Ugh…libros —puso cara de disgusto Emily. Si Papá Noel le hubiera regalado libros a ella se habría caído muerta allí mismo.
—¡Mamá, abre el tuyo! ¡Abre el tuyo! —comenzó a pedir Sadie acercándose al gran regalo de Lexa.
—Si, Lex…abre el tuyo —se unió a la petición la rubia tomando la cámara de vídeo de manos de la morena mientras sonreía con anticipación.
Lexa cedió la cámara antes de acercarse a su regalo y mirarlo detenidamente. No tenía ni idea de qué podía ser. Ni idea. Antes de que se diera cuenta sus dos hijas habían comenzado a romper el papel y tuvo que darse prisa si no quería que fueran ellas las que lo desenvolvieran totalmente.
—¡Ala! —exclamó Emily al ver la foto de la caja.
Sadie aplaudió emocionada. ¡Madre mía, qué bien iban a pasárselo con aquel super regalo!
Lexa miró la caja con la boca abierta, pero sin emitir ningún sonido y se volvió hacia Clarke mirándola con kilos y kilos de incredulidad en cada una de sus facciones. La rubia soltó una risita divertida al haber conseguido su objetivo. Había dejado a su mujer sin palabras.
—¿Estás segura de que Papá Noel realmente quería dejarme este regalo? — inquirió la morena al fin.
Era una batería de verdad. ¡Una batería de verdad! Clarke le había prohibido comprarse una porque decía que la volvería loca con tanto ruido.
—¿Era lo que querías? — la rubia le contestó con otra pregunta.
—Eh… sí, pero tú… —iba a añadir algo más.
—Entonces sí, seguro que Papá Noel quería dejarte ese regalo —le sonrió la rubia y Lexa soltó una exclamación de felicidad absoluta y se lanzó a abrir la enorme caja.
* * *
Lexa y las niñas habían desaparecido hacía unos minutos y Clarke se encontraba recogiendo los restos de papeles que habían quedado desperdigados por el salón, sabía que aquellas tres habían ido en busca de su regalo secreto. Ese que tenían entre manos el día anterior cuando había llegado a casa.
Por fin escuchó pasos por las escaleras y se volvió para ver a sus dos pequeñas acercándose a ella con un paquetito envuelto en las manos de Sadie. Era la menor y había insistido en que sería ella quien haría la entrega.
La rubia miró fugazmente a Lexa que se había quedado en segundo plano a los pies de las escaleras y la miraba con media sonrisa. Se la devolvió antes de agacharse frente a las dos pequeñas.
—Este regalo lo hemos hecho nosotras, ¿eh? No lo ha traído Papá Noel —quiso aclarar Emily desde el principio.
—Oh, ¿en serio? ¿Lo habéis hecho vosotras solitas? —sonrió Clarke.
—Sí —sacudió la cabeza Sadie—. Bueno… —dudó mirando fugazmente a Lexa—. Mamá nos ha ayudado un poquito.
—Pero poquito —matizó su hermana.
Clarke sonrió y las obsequió a cada una de ellas con un sonoro beso en la mejilla, que les hizo reír, antes de aceptar el paquete y abrirlo. Se llevó una mano a la boca al ver aquel marco tan adorablemente infantil y sobre todo la foto que contenía. Eran sus tres personas favoritas mirándola y dedicándole sus tres sonrisas preferidas en el mundo entero.
Era su vida condensada en una imagen.
—¿Te gusta? —quiso saber Emily impaciente ante la falta de respuesta de Clarke.
—Me encanta —admitió sin dejar de mirarlo.
—Es para que no nos eches de menos en tu trabajo —explicó Sadie—. Así nos puedes ver cuando quieras.
—Es el mejor regalo del mundo —sonrió Clarke.
—Sí, pero el erizo es de Emily… ¿eh? A mí no me gustan, que pinchan —aclaró aquel detalle la más pequeña y Clarke se rio.
—Me encanta todo entero. Erizo incluido. ¿Me dais un abrazo? —les preguntó y en cuestión de segundos las dos pequeñas la estrujaban entre sus pequeños bracitos, peleándose entre ellas por cada centímetro cuadrado de su madre.
Clarke miró a Lexa desde su posición en el suelo y la morena sonrió antes de dar un par de palmadas para llamar la atención de las dos pequeñas.
—¡Hora de desayunar, de vestirse y de salir afuera a probar los regalos! —les informó a las dos niñas y estas soltaron a Clarke nada más escuchar las palabras «probar» y «regalos» en la misma frase. Desaparecieron como almas que lleva el diablo en la cocina dejando a sus madres solas en el salón.
Clarke se levantó del suelo y se acercó a su mujer estrechándola a ella también en un fuerte abrazo.
—Gracias por el regalo…por «los» regalos —matizó sonriendo cuando sintió cómo Lexa le devolvía el abrazo con fuerza.
—Ey, ha sido cosa de Papa Noel. Gracias por la batería. Te compraré unos tapones para los oídos.
Clarke rio al escucharla y se separó un poco de ella para tomar su cara entre las manos.
—Feliz Navidad, Lex —le dijo mirándole con cariño.
—Feliz Navidad, Clarke.
Iban a besarse cuando dos vocecillas impacientes viajaron a la velocidad del sonido desde la cocina pidiendo sus desayunos. ¡Debían probar las bicis ya! Si tenían algún fallo tendrían que poder localizar a Papá Noel antes de que se fuera al Polo Norte.
Clarke puso los ojos en blanco antes de sonreír y darle a su chica un beso rápido. Después la tomó de la mano y ambas entraron en la cocina.
* * *
—¡Mami mira que rápida voy! —decía Sadie mientras pasaba por delante de la casa sobre su nueva bici y embutida en mil capas de ropa, un abrigo, una bufanda, un gorro y unos guantes.
Clarke la saludó como llevaba haciendo los últimos quince minutos cada vez que la pequeña daba la vuelta en un extremo de la calle y deshacía el camino hasta el lado contrario pedaleando incansable. En cuanto Sadie pasó de largo la rubia volvió a centrar su atención en sus otras dos chicas. ¡Jesús Bendito! Es que Emily era igual que Lexa de verdad…
—¡Suéltame! ¡Puedo sola mamá! ¡Que puedo sola! —trataba de librarse de la asistencia de Lexa que sujetaba la bici por el sillín para evitar que su hija mayor terminara en el suelo.
Emily llevaba las mismas capas que su hermana y pedaleaba cada vez más deprisa haciéndole el trabajo muy difícil a su mujer.
—¿Estás segura? —inquirió la morena. Su hija había salido igual de cabezota que ella y era muy probable que se cayera.
—¡Sí! ¡Suéltame! —exclamó impaciente por volar hacia la libertad.
—Está bien —accedió la morena y, aunque la soltó, continuó siguiendo a la bici… solo por si acaso.
Milagrosamente Emily avanzó unos diez o doce metros manteniendo el equilibrio antes de aterrizar en el suelo con un quejido. Sadie, que regresaba con su bici de nuevo, tocó dos veces el timbre al pasar por al lado de su hermana derribada y continuó felizmente su camino. Su bici sería de niña pequeña, pero al menos no le tiraba al suelo.
Clarke ya se acercaba al lugar de la caída donde Lexa ayudaba a su primogénita a levantarse.
—Ufff… me he caído —les informó la pequeña a ambas innecesariamente mientras Lexa le colocaba bien el gorro.
—Si, ya lo he visto, cariño —admitió Clarke—. Pero has aguantado mucho tiempo de pie —le animó sacudiendo un poco la ropa de la niña.
De pronto Sadie se materializó allí con su bicicleta y volvió a tocar el timbre para llamar la atención de su familia.
—¡Mamá, Papá Noel no me ha traído cuernos! —le informó a Clarke al recordar que la noche anterior se había dormido pidiendo mentalmente unos cuernos igualitos, igualitos, a los de su tía Carla.
—¿Qué? —Lexa se rio al oírla y Clarke suspiró.
—Tal vez el año que viene ¿vale, Sadie? —animó a su hija pequeña—. Venga, vamos dentro a cambiarnos, tenemos que estar en una hora en casa de los abuelos — anunció a las allí presentes.
Las dos niñas abandonaron sus bicis al escuchar «casa de los abuelos», allí estarían sus primos y podrían alardear de sus nuevos regalos y encima el abuelo hacía una tarta de postre muy, muy rica.
Lexa y Clarke se quedaron encargadas de la tarea de recoger las bicicletas cuando sus hijas desaparecieron en el interior de la casa. Clarke cogió la de Emily mientras su chica empujaba la de Sadie hacía el garaje.
—En cuanto a lo de tu hija pequeña queriendo unos cuernos por Navidad… — empezó Clarke.
—¿A qué ha venido eso?
—¿A qué te escuchó hablando con tu hermana? ¡Lexa, te he pedido un millón de veces que tengas cuidado con lo que dices dentro de casa!
—Lo siento. ¡Esas niñas están por todas partes, Clarke! ¿Estamos seguras de que solo son dos? —preguntó apoyando la bici en una de las paredes ya en el interior del garaje.
Clarke la miró seriamente primero, pero luego tuvo que sonreír cuando Lexa le besó fugazmente.
—Ten más cuidado… —le pidió al separarse.
—Vale… pero no me digas que no guardas especial cariño a esa etapa en la que Emily decía «Cojones».
—Lex… —le advirtió la rubia.
—La cara de tu madre… —rio la morena.
—¿Cuántos años tienes? —quiso saber Clarke, involuntariamente divertida por el comportamiento de su mujer.
—Admite que fue gracioso… «Cojones» —imitó a su hija mayor mientras la acorralaba contra la pared.
—Lexa…
—«Cojones» —lo repitió juguetonamente varias veces.
—¡Cojones! —escucharon la vocecilla de Emily tras ellas y ambas se volvieron para verla sonriéndoles. ¡Ya no se acordaba de aquella palabra tan genial!
—¡Emily! —trató de regañarla Clarke, pero con otro «¡Cojones!» y una risita la pequeña desapareció por la puerta que comunicaba la casa con el garaje.
Clarke miró a Lexa entonces, de forma muy poco amable y cruzándose de brazos. La morena le observó en silencio por unos segundos y, cuando vio que la rubia iba a hablar, se le adelantó besándola fugazmente.
—¡Feliz Navidad! —exclamó antes de salir corriendo y desaparecer por la misma puerta que Emily.
La rubia suspiró negando con la cabeza y cerró el garaje antes de entrar a la casa con su familia. Navidad, y en vez de villancicos todo lo que se oía en el interior de la vivienda era a Emily repitiendo «Cojones» sin parar y a Lexa suplicándole que cambiara la palabra por «Feliz Navidad». La comida en casa de sus padres con toda su familia presente iba a ser muy divertida aquel año. Muy divertida.
Antes de ponerse seria y acudir en ayuda de Lexa, como refuerzo en la misión de erradicar aquella palabra del vocabulario de la niña, sonrió ampliamente porque, a pesar de todo, le encantaba su vida. No se le ocurría ni una sola cosa que quisiera cambiar.
Sadie se acercó a ella y tiró de sus pantalones para llamar su atención. Cuando Clarke la miró la pequeña le sonrió enseñándole todos sus pequeños dientecillos y dijo:
—¡Feliz Navidad, cojones!
Sí, le encantaba su vida los 365 días del año.